Saltar al contenido →

Etiqueta: pensador del milenio

Los repugnantes ingleses designaron “mayor pensador del milenio” al asqueroso Carlos Marx

MARX: UNA TILINGUERÍA DE LA BBC

Por José Antonio Riesco*

La noticia* de que, referéndum de por medio, la BBC otorgó el premio a Carlos Marx (1818-1883) como el mayor pensador del milenio, advierte de cómo los grandes medios de comunicación a veces profesan la payasada más allá de su tradicional jerarquía, en lo cual no vale esconderse detrás de las cifras de una encuesta. Ninguna operación aritmética puede reemplazar el necesario enfoque cualitativo de un personaje que hizo bastante ruido y que, en algún sentido, sigue haciéndolo. Ante todo por sus frutos. Y esto no implica ignorar los datos de la historia e incluso la documentación que sea pertinente.

Marx sufrió mucho en vida. La pobreza que, según dijo, nunca pudo remediar, la muerte de sus hijos y al final el suicidio de una sobreviviente, y ello pese a tener por esposa no una “proletaria” sino a Jenny, la hija del barón de Westfalia, cuyo principal heroísmo fue aguantarlo con admirable devoción. También las enfermedades, hemorroides, forúnculos dolorosos y finalmente problemas bronquiales. Tampoco lo ayudó la soberbia intelectual que, con excepción de su amigo y colega Federico Engels, lo tornó intratable para tantos.

La mayoría de las personas que se sintieron alguna vez atraídas por la biografía y las tesis de Marx, no son muchas las que persistieron apenas la experiencia de vida, las lecturas y estudios sobre el tema, les impuso alejarse de él y esto sin perjuicio de mantener adecuada consideración por algunas de las ideas (sobre todo metódicas) del fundador; por ejemplo la significación de las condiciones económicas en los procesos sociopolíticos y la incidencia de los conflictos sociales en la dinámica societal (v. Prólogo a la Economía Política). Así como hay un grupo minoritario que, con militancia o no en las luchas partidarias, con una suerte de actitud adolescente se aferra dogmáticamente a una filosofía política propia del siglo XIX que, en nombre de la igualdad y otras pretensiones, fructificó en las revoluciones totalitarias del XX.

Estimo que, al margen de enfoques de secta, una de las mejores biografías de Carlos Marx se debe a Franz Mehring (1846-1919), alemán, participante en el grupo Spartaco, una corriente revolucionaria que enfrentó al gobierno social-demócrata que presidía Federico Ebert. Sobre las principales tesis del ideólogo prusiano vale la obra del jesuita Jean-Yves Calvez, así como las agudas reflexiones que les dedicó el profesor Hermann Heller en 1933.

Digamos, ante todo, que Marx no fue intelectualmente un quedado, pero tampoco un pensador original, aunque sí aprovechó aportes ajenos con los que logró formular un “mix” atractivo y persistente. Por caso, sus enunciados sobre la estructura social y las luchas de clases fueron expuestas por Aristóteles en la Grecia antigua, luego por los historiadores de Roma y, más modernamente, por pensado res como Saint Simon y Proudhon. Su referencia al trabajo en cuanto medida del salario y al valor de las mercancías, estuvo antes en David Ricardo; la dialéctica como expresión de las contradicciones las tomó de Hegel y luego, junto a la crítica de la religión, de Feuerbach.

Se le debe sí haber desnudado la “explotación” de los trabajadores por la empresa capitalista de entonces y con ello la fuente de la lucha de clases (v. El Manifiesto, 1849), en lo cual se anticipó a las denuncias de la Iglesia (Rerum Novarum, 1891). Aunque su tesis de la “plusvalía” nunca fue confirmada por los economistas de prestigio ni por la evolución de las “relaciones de producción”. Marx, enamorado de “las contradicciones” de su tiempo (“aquí está el futuro”), que estudio en el Museo Británico, dio por seguro que eran eternas y no atinó a prever que, en orden a las relaciones básicas, “capital y trabajo”, en los últimos días del siglo XIX y primeros pasos del XX se afirmarían las luchas y resistencias de las emergentes organizaciones obreras, más un cambio decisivo en la conciencia política y económica de la dirigencia del Estado.

En tren de reducir el Estado al “comité de gestión de los negocios de la burguesía” Marx describió las contradicciones de la sociedad capitalista pero no advirtió -empeñado en presentar a los empresarios como exponentes del egoísmo y la maldad- que si aquellas eran las generadoras de la dinámica social, a la vez producían los cambios que, en aspectos sustanciales, iban a modificar el sistema y, dentro de ello, las relaciones entre sus actores, al menos los principales : los capitalistas, los trabajadores y el Estado. Desde cierto ángulo en la mente de Marx estuvo ausente la dialéctica, puesto que son los cambios en el propio funcionamiento del capitalismo la fuente de legitimidad de las leyes laborales dirigidas a establecer un nuevo trato en las relaciones de los empresarios con los trabajadores.

En la Argentina, por ejemplo, ya en 1904 se sancionó la ley de descanso dominical, enseguida la que reguló el trabajo de mujeres y menores, y en 1915 la ley 9688 de accidentes del trabajo. Por esos años el “fordismo” en Estados Unidos inauguró el aumento de sueldos y salarios para hacer crecer el mercado de los productos industriales (el Ford-T). Más relevantes fueron los cambios en la doctrina de los tribunales de justicia sobre el ámbito de libertad de los propietarios cuando está de por medio, especialmente en las situaciones de emergencia, un interés público, y tal como se dio en los años 30 del siglo XX.

Vale revisar dos fallos, de las Cortes Supremas de Estados Unidos y de Argentina de 1934, en que la sacralidad de los contratos entre particulares (alma mater de la vieja economía liberal) quedó gravemente averiada: el primero “Home Building and Loan Association vs. John H. Blaisdell”, y el segundo “Avico c/ de la Pesa”. Tales modificaciones de significado estructural dejaron a la vista que si el mercado era un buen asignador de los recursos, no por ello es siempre eficaz cuando se trata de la integridad de la sociedad.

En sus profecías, como se ve, “El Moro” no tuvo mejor suerte. El socialismo, para él, sería el paso siguiente a una sociedad capitalista madura (Alemania, Inglaterra) y se dio en Rusia que, pese a su estructura industrial, no era un modelo de aquélla; más adelante irrumpió en China y luego Vietnam. Imaginó que al instalarse una “dictadura del proletariado” y eliminada la propiedad privada, sería inexorable la desaparición del Estado y enseguida el final de la explotación y la libertad para los pueblos. Y todos sabemos que ocurrió todo lo contrario. La tal dictadura de clase muy pronto degeneró en un Estado enorme y con epicentro en una autocracia concentrada y feroz. ¿Cuánto de esto anidó en la filosofía de don Carlos?

Se le debe, precisamente, una prédica caprichosa y perversa contra la “individualidad”, acaso porque el colectivismo es incompatible con la libertad y la dignidad del ser humano. Marx reclamó la supresión de la vida privada y le pertenece la afirmación de que el hombre será libre sólo cuando “se disuelva en el ente genérico” o sea en una sociabilidad con soporte en el naturalismo. Tal disolución del individuo en la totalidad sociopolítica -con tan caprichosa fórmula de “la libertad”- prefiguró, en lo esencial, las condiciones con que, instalado el comunismo en Rusia y otras partes, el totalitarismo implantó las relaciones entre el poder y los ciudadanos. ¿Cómo, entonces, adjudicarle el premio de mayor pensador del milenio?

De las teorías que manejó Marx, y superando ciertas exageraciones, queda una buena contribución a las relaciones entre la economía, la sociología y el desarrollo histórico-dialéctico de la sociedad. Las transformaciones del capitalismo ya dejaron atrás el mito del “proletariado explotado” como la clase que sustituiría revolucionariamente a la burguesía”, y está seriamente cuestionado el estatismo como sucedáneo de la economía basado en la propiedad privada.

Lo cual no legitima el retorno del otro mito “el mercado en un escenario de laissez faire”; sí se discute, incluso en las naciones capitalistas, el modo inteligente y justiciero de establecer una posición seria y constructiva del Estado respecto a los requisitos de funcionamiento de un mercado cuya rentabilidad se corresponda con metas deseables de desarrollo material y con los intereses primordiales de la nación entre ellos los de orden social. Algo que ciertos ideólogos del liberalismo no entienden, ante todo porque es más cómodo no entender.

Desde los ámbitos culturales que en parte controlan (universidades, editoriales, periodismo, clero progre) en la Argentina los focos marxistoides que, salvo excepciones, viven del presupuesto del Estado “burgués capitalista”, dedican sus afanes a proponer que este país resuelva sus crisis y decadencia asumiendo el modelo socialista que en Cuba implantaron y manejan los viejitos Castro. Con lo cual, en lugar de concurrir al psicoanalista, donde suelen tener más de un cofrade, se dedican a predicar estupideces.

Referencias: Frans Mehring: “Carlos Marx”, México, Grijalvo, 1960; Jean-Yves Calvez: “El pensamiento de Carlos Marx”, Madrid, Taurus, 1961; Hermann Heller: “Teoría del Estado, México, FCE, 1964 (*BBC – On line, 18.IX.2011).

* Instituto de Teoría del Estado.

Comentarios cerrados