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Khadafi y la destruccion del falso Occidente

(Respuesta al artículo de Volpi, reproducido más abajo)

Por Mario I. Garcia V.

Yo soy mexicano también, y voy a dar mi opinión respondiéndole al periodista mexicano Jorge Volpi («La decadencia de ‘Occidente'») y a todos los miles de millones de seres que yacen encerrados en sus prisiones mentales de ceguera y confusión.

¿La palabra «Occidente» nos hace pensar en la democracia, los derechos humanos, el libre mercado, la pluralidad de opiniones y la libertad de expresión? Podría ser, pero hay que estar muy ciego para no darse cuenta que esas cosas jamás, jamás existieron, como intentan hacernos creer. Jamás, desde la antigua Sumeria en adelante hubo nada parecido a eso. Esas palabras son una mentira, una falsedad. En todos los países del mundo ocurre exactamente lo mismo: solo hay libertad para decir «dos mas dos son cuatro». Cuando alguien opina algo peligroso para el Sistema Mundial Sinárquico, simplemente desaparece o sufre un «accidente» o una «rara enfermedad» o se «suicida». En esto no hay diferencia entre Estados Unidos e Iran, entre Inglaterra y China, por ejemplo. Entre las censuras y los lavados de cerebro cotidianos el hombre actual ya no puede ser llamado «hombre», pues se ha convertido en un títere, en un trapo, en una ruina sin remedio.

¿Y que es «Occidente» entonces? ¿Los siglos oscuros de cristianismo? ¿El triunfo masónico de las revoluciones estadounidense y francesa? ¿Los regímenes marxistas? ¿El imperialismo inglés? ¿El imperialismo norteamericano? ¿El imperialismo chino-soviético? No, todo lo contrario. Nada, nada, ninguna de esas mierdas son «Occidente».

Lo que hubiera podido llamarse con propiedad «Occidente» solo surgió por breves lapsos en la historia, y siempre fue acallado y destruido, pues nunca le permitieron existir. Quien desee saber de qué se trata eso, que busque e investigue detrás de los velos de desinformación a que nos someten las 24 horas del día, hasta llegar a la verdad. Pero el verdadero Occidente nunca desapareció del todo, espera oculto el kairós, el momento propicio para reaparecer. Y en una de esas reapariciones triunfará y permanecerá en el mundo para siempre.

El oscurantismo judeocristiano no es Occidente. El engaño liberal-masónico no es Occidente. La patraña marxista no es Occidente. La usurería internacional no es Occidente. Los que financiaron y protegieron al comunismo internacional no son Occidente. Los que fraguaron el autogolpe de Pearl Harbor no son Occidente. Los que ganaron la Segunda Guerra Mundial no son Occidente. Los que expulsaron a los palestinos de sus tierras no son Occidente. Los que fraguaron el autogolpe de las torres gemelas no son Occidente. Los que crearon Guantánamo y las cárceles secretas de la Cia para torturar impunemente no son Occidente. Todas esas mierdas son la sinarquía, no Occidente.

No sabemos lo que Occidente es, pero sí sabemos lo que Occidente no es, lo que nunca fue, lo que nunca será. El Occidente del que hablan los medios de comunicación y los lameculos es un falso Occidente. Y ese falso Occidente debe ser destruido, bien destruido, y cuanto antes.

Todas la potencias que dominan el mundo hoy, han sido infiltradas por ideas orientales, por ideas que provienen de muy lejos, de lugares cercanos al infierno, y nos han envenenado y dominado a todos. Ahora es tarde para solucionar eso. Seguirá su curso maldito hasta la destrucción final, de toda la humanidad (incluido esos demonios también) y de todo el planeta (incluidas sus «ciudades sagradas» también, por supuesto). Nada prevalecerá. El Dios creador, esa falsa deidad que apoyó y apoya al bando sinárquico, va a sentirse muy solo.

Dice Jorge Volpi en su artículo que hoy Occidente está representado por el pueblo libio que se rebela contra Khadafi. Ahora el «malo» es Khadafi ¡pero vaya! si antes Khadafi era el «bueno». A través del café y alimentos rellenados con benceno alucinógeno y otros venenos, y distribuidos entre el pueblo, y a través de múltiples presiones externas, han cercado y arrinconado a Khadafi. Pero nadie a caido en cuenta de una cosa muy importante: toda esta sinarquía vampírica internacional, además de la usura y de las armas atómicas se alimenta de petroleo. Y Khadafi posee petroleo, e Iran tambien. Bastaría con que Khadafi incendiara cada pozo petrolífero, cada refinería, hasta la última gota de petroleo, para producir desabastecimiento y terror mundial. Y si se sumara Iran el desastre sería peor. Y si bombardearan el petroleo de la dinastía de ratas sauditas del desierto, el desastre sería ya totalmente irreversible. Y eso se sumaría a la actual crisis económica internacional. Libia, Iran y otros se convertirían en desiertos sin valor, pero todos sus millones de habitantes se instalarían en Europa, y esas serían las oleadas humanas llamadas a enderezar el curso de la historia. Así puede destruirse a todos los poderes sinárquicos sin utilizar ni una sola bomba atómica. Y quien destruya la metástasis sinárquica será llamado Occidente, él se habrá convertido entonces en el único y verdadero Occidente. Tal vez la Hora de la Venganza esté próxima. El kairós se acerca y no debe desaprovecharse esta oportunidad. Si Khadafi o quien sea recurre a esta posibilidad y tiene éxito, entonces pasará de ser un «Rey de Reyes» a ser un Auténtico Enviado del Dios Verdadero.

La decadencia de ‘Occidente’

Jorge Volpi 06/03/2011

Confieso como mexicano -como occidental excéntrico, en palabras de Octavio Paz- que cada vez me siento más incómodo frente a la palabra Occidente. Durante mi infancia, a la sombra del régimen autoritario del PRI, este término evocaba nuestras mayores aspiraciones: la democracia, los derechos humanos, el libre mercado, la pluralidad de opiniones y la libertad de expresión. La caída del muro de Berlín pareció anunciar un mundo que se dirigía hacia la expansión de estas promesas. Pero el sueño libertario comenzó a resquebrajarse el 11-S: el atentado contra las Torres Gemelas -y, según se dijo, contra «nuestros valores»- cumplió en buena medida su objetivo: demoler poco a poco, como un lento virus, las convicciones que, desde la revoluciones francesa y estadounidense, habían animado a esta parte del mundo. La decadencia de Occidente, el provocador título usado por Oswald Spengler en 1918, resulta idóneo para describir el estado en que se encuentra en nuestros días.

Los jóvenes árabes encarnan mejor los valores democráticos que los ‘preocupados’ políticos de Europa

La revuelta en el mundo árabe, un fenómeno de oposición interna al autoritarismo semejante a la ocurrida en el antiguo imperio soviético en 1989, ha servido para poner en evidencia la profunda crisis -y la grotesca hipocresía- que prevalece en Occidente. En un supuesto alarde de altruismo, que en realidad escondía un atávico anhelo de venganza, Estados Unidos y sus aliados, con la tímida oposición de la Vieja Europa, se lanzaron a invadir Afganistán e Irak con el pretexto de extender la democracia: a la fecha, ambas empresas han demostrado su fracaso. En cambio, cuando las propias sociedades árabes han decidido levantarse contra los tiranos que las gobiernan durante décadas, con la complicidad o el apoyo irrestricto de Occidente, Estados Unidos y Europa se quedan pasmados, incapaces de ofrecer una respuesta generosa a los deseos libertarios de los ciudadanos de estos países.

La reacción timorata de Occidente es vergonzosa: las masas mayoritariamente jóvenes que plantan cara a estos regímenes, en ocasiones a riesgo de sus vidas -como en Libia-, representan hoy los auténticos valores occidentales mucho mejor que esos políticos que, en todo el espectro político de Europa y Estados Unidos -izquierda y derecha apenas se diferencian-, no hacen sino mostrarse «preocupados por los acontecimientos» o pedir, casi en voz baja, sanciones contra los tiranos que hasta hace poco exhibían en sus capitales. Obsesionados con la alarma islamista -el pánico sembrado conjuntamente por Al Qaeda y la Administración de Bush- o, peor aún, con la inmigración ilegal a sus naciones en crisis, los políticos de Occidente no dudaron en sostener a los dictadores que prometían colaborar en la guerra contra el terrorismo (pretexto ideal para la represión) o que diluían su apoyo a la causa palestina. ¡Qué cortedad de miras y qué burda renuncia a su tradición democrática!

Francia constituye, en estos días, el peor ejemplo: las vacaciones de su primer ministro y su ministra de Asuntos Exteriores en Túnez y Egipto, a cuenta de los sátrapas, debería desmontar su pretensión de dar lecciones de derechos humanos a diestra y siniestra. Pero ni siquiera el régimen demócrata de Estados Unidos ha sabido hallar una estrategia adecuada. El discurso de Barack Obama en El Cairo, en junio de 2009, encuentra así cierto paralelo con el de Mijaíl Gorbachov en Berlín en 1989: la promesa del diálogo y no intervención despertó a los ciudadanos oprimidos. Pero ahora Obama permanece entrampado entre su idealismo y los intereses comerciales y políticos de la nomenklatura que lo rodea. Acosado por doquier, como Gorbachov en su momento, modera su apoyo a las revueltas ante la posibilidad de que los nuevos regímenes democráticos en el mundo árabe no apoyen con tanto entusiasmo la represión violenta contra el islamismo o no mantengan su forzada connivencia con Israel.

Con un cinismo apenas velado, los países europeos no dejan de señalar que sus verdaderas preocupaciones son económicas -el petróleo de Libia, el canal de Suez- o que temen verse inundados por nuevas oleadas de inmigrantes. Nadie sugiere una intervención humanitaria en Libia y las sanciones comerciales -que con Sadam Husein o Ahmadineyad nadie ponía en duda- resultan tardías o simbólicas. Ni un solo líder europeo ha alzado la voz con la energía suficiente para proclamar que el futuro de la democracia se encuentra allí, en las plazas llenas de manifestantes de Túnez, Egipto, Libia, Bahréin, Yemen o Marruecos.

Qué lamentable luce Occidente: paralizado por sus propios miedos -sobre todo, de nuevo, el miedo al otro- u obsesionado con su propia situación financiera, es una caricatura de sí mismo. Pero la historia es implacable y, si sus líderes continúan en esta tónica, habrá de costarles caro. Democracias plurales, donde tenga cabida el islamismo moderado -en efecto, como el turco- es el mejor escenario para todos.

Excepto, claro, para quienes prefieren negociar con dueños de países en vez de con sociedades abiertas. ¿Quién iba a decirlo? Lo mejor de Occidente está hoy en eso que, con la misma imprecisión geográfica, hoy llamamos Oriente Próximo.

Jorge Volpi es escritor mexicano.


Khadafi y la destruccion del falso Occidente

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