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Vladimir Putin, un estadista singular

Conferencia que pronunció el autor en el Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires el pasado 7 de mayo de 2015. Reproducimos dicha disertación a partir de su publicación en la gran revista argentina, Gladius. (ALFREDO SÁENZ, “Vladimir Putin, un estadista singular”, en Gladius 93 [2015], 33-50). Los resaltados son nuestros.

P. ALFREDO SAENZ
Sacerdote Jesuita

Antes de entrar en el tema, algunas palabras muy sintéticas sobre la historia de Rusia, ya que no suele ser demasiado conocida. Los orígenes del cristianismo en dicha nación se remontan al año 988 y coinciden con el bautismo del príncipe Vladímir, acontecido en Constantinopla, al que siguió la evangelización del principado de Rus’ con sede en Kiev. Todo ello aconteció antes de la separación de Roma. Dicho nuevo reino comprendería, con el tiempo, un amplio espacio geográfico, hoy ocupado por Rusia, Ucrania y Bielorusia, primera forma política organizada de las tribus eslavas orientales que adhirieron al cristianismo, constituyéndose así el pueblo ruso. La escritura rusa, que representa el quicio fundamental de una cultura, fue allí introducida por la difusión del cristianismo entre las tribus eslavas a través de la creación de los caracteres cirílicos. Ello, gracias a dos grandes santos, Cirilo y Metodio.

Tiempo más adelante aconteció la invasión de los mogoles, que cubrieron el mapa de la vieja Rus’. El pueblo ruso, un pueblo entonces acosado, encontró su sostén en la Iglesia. En ese período, el centro religioso y político fue transferido de Kiev a Vladímir en 1299 y luego a Moscú en 1322. Durante esos años los príncipes se fueron capacitando para enfrentar a los mogoles, y bajo el mando del príncipe Dimitri Donskoi, vencieron definitivamente al ejército mogol en la batalla de Kulikovo.

En 1453 Constantinopla, a la que adhería la Iglesia rusa, fue conquistada por el Imperio Otomano. El principado de Moscú, que no cayó en poder de los turcos, realzó la importancia de esta ciudad que fue llamada Tercera Roma y Constantinopla. Los zares consideraron a Rusia el heredero legítimo del Imperio Romano de Oriente.

Bajo el gobierno de Pedro el Grande y de Catalina la Grande, la Iglesia ortodoxa se vio subordinada al ámbito político. Tras la caída del último zar, Nicolás II, el bolchevismo llevó adelante una gigantesca obra de laicización del pueblo ruso.

1. LA FIGURA DE PUTIN

Vladímir Putin nació en “Leningrado”, la antigua San Petersburgo, el 7 de octubre de 1952, en el seno de una familia muy modesta, su madre lo hizo bautizar en la catedral de la Transfiguración de aquella ciudad, y ello en el mayor secreto. El padre era militante del Partido Comunista. Sólo en 1996 Vladímir se enterará de que había sido bautizado. Toda su juventud se desarrolló en Leningrado. En esos años sintió deseos de servir a su país en el campo de la información, más concretamente, en la KGB. En Leningrado funcionaba una de las más prestigiosas universidades soviéticas, donde estudió Derecho. Ya miembro de la KGB fue enviado en 1985 a Dresde, en Alemania del Este.

Tal destino sería providencial porque le dio ocasión de asistir, en 1989, a los graves acontecimientos que conmovieron a Alemania del Este. La KGB no sabía cómo enfrentar la situación, esperando de Moscú instrucciones que nunca llegaron. Pronto vendría la disolución del Pacto de Varsovia y el naufragio de la Unión Soviética. “Con este asunto de ‘Moscú no responde’, tuve la sensación de que el país no existía más.

Había desaparecido. Era claro que la Unión Soviética había entrado en agonía, en su fase terminal”, dirá Putin en el 2000. En enero de 1990, sin esperar el hundimiento de un sistema que ya se mostraba inevitable, dejó el servicio activo de la KGB y volvió a Leningrado para acabar su tesis de doctorado.

¿Qué haría entonces en el campo político? Se le ocurrió ofrecerse a Boris Yeltsin, de quien fue colaborador directo, pero éste renunció el 31 de diciembre. Dicha circunstancia colocó a Vladímir Putin a la cabeza del Estado, antes de ser elegido triunfalmente, unos meses después, en marzo de 2000, presidente de la Federación de Rusia. Extraordinario asenso de alguien que nunca quiso “hacer carrera”, y del que Solzhenitsyn diría, después de haberlo encontrado en septiembre de 2000: “Tiene un espíritu penetrante, comprende pronto y no tiene ninguna sed personal de poder. El Presidente comprende todas las enormes dificultades que ha heredado. Hay que destacar su extraordinaria prudencia y su juicio equilibrado”. Por lo que puede preverse, tomaría otros caminos que los preferidos por las democracias occidentales.

Basta considerar el perfil de algunos miembros actuales de Gobierno, para apreciar la competencia, la experiencia y el desinterés que exige Putin de los que lo acompañan en su elevada gestión política. De los treinta y tres miembros con que cuenta, todos son titulares de diplomas universitarios, en Derecho, Economía, Ciencias, Ingeniería, etc., con amplia experiencia profesional. El principal de ellos es Dimitri Medvedev, que estudió Derecho. En 2005 Putin lo nombró Vicepresidente de su gobierno. En marzo de 2008, a los 42 años, fue elegido Presidente de la Federación de Rusia en reemplazo de Putin, a quien la Constitución le impedía tener un nuevo mandato, pero no el ejercer las funciones de Primer Ministro, cargo que le dio Medvedev. Los dos hombres se entienden perfectamente. Medvedev es una personalidad más conciliadora que la de Putin, pero se ha mostrado tan enérgico como él, tan determinado como él a hacer respetar la ley y restaurar la grandeza del país. En 2012, Medvedev terminó su mandato presidencial. Entonces fue reelecto Putin, retomando el poder, y nombró a Medvedev Primer Ministro, lo que da gran estabilidad a Rusia.

2. EL DESPERTAR DE RUSIA FRENTE A UNA EUROPA VACILANTE

Putin sostiene que Rusia ha pasado por un desierto espiritual, camino a un reencuentro con sus raíces. Así, dice, “los rusos han vuelto a la fe cristiana sin ninguna presión por parte del Estado ni tampoco de la Iglesia. La gente se pregunta por qué. La gente de mi edad se acuerda del Código de los constructores del comunismo… Cuando ese Código dejó de existir, se hizo un vacío moral que no se podía colmar sino retornando a los valores auténticos”.

Fue sobre todo con ocasión de los Congresos que se realizan en Valdai donde Putin nos ha dejado sus reflexiones más inteligentes. En dichos Congresos, que se efectúan todos los años, participan unos doscientos expertos y periodistas, líderes políticos y espirituales, filósofos y hombres de la cultura, de Rusia, Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Alemania y China. Putin ve todo un símbolo en el hecho de que Valdai, el sitio elegido para esos Congresos, se encuentre geográficamente en un lugar “fundacional” de la antigua Rus’.

Precisamente en uno de esos Congresos, el de 19 de septiembre de 2013, destacó Putin la conveniencia de haber elegido este lugar: “Estamos en el centro de Rusia, no en un centro geográfico, sino espiritual”. Es justamente, señala, en la región de Nóvgorod, a la que pertenece Valdai, la cuna donde nació la primera Rusia, la Rusia cristiana. Putin ha asistido a varios de esos Congresos, aprovechando la ocasión para pronunciar allí enjudiosos discursos. En el del 10 de noviembre de 2014 aprovechó para decir que en esos actos él se expresaba con total libertad: “Voy a hablar clara y sinceramente.

Algunas cosas pueden parecer duras. Pero si no hablamos directa y sinceramente de lo que realmente pensamos no tendría sentido reunirse en esta forma. Entonces habría que reunirse en alguna reunión diplomática, donde nadie dice nada claro y, recordando las palabras de un conocido diplomático, podemos indicar que la lengua e dio a los diplomáticos para no decir la verdad”.

Pues bien, en el discurso del 19 de septiembre al que acabamos de aludir, habló de su propósito de restaurar la Rusia tradicional, que nació cristiana y patriótica. Frente a la prensa reunida dedicó Putin una buena parte de su discurso al tema de la identidad nacional rusa. Allí dijo: “Para nosotros, porque estoy hablando sobre los rusos y acerca de Rusia, las preguntas; ‘¿Quiénes somos? ¿Qué queremos ser?’ suenan en nuestra sociedad cada vez más fuerte. Hemos dejado atrás la ideología soviética y no hay retorno. Está claro que el progreso es imposible sin lo espiritual, cultural y la autodeterminación nacional. De otra manera no seremos capaces de soportar los desafíos internos y externos, y no podremos tener éxito en la competencia global”.

El acercamiento de la Iglesia y el Estado se intensificó por dos hechos: la elección en 2009 de Cirilo, obispo de Smolensk, como Patriarca de Moscú y de toda Rusia, y el retorno al poder de Putin en 2012. En el famoso discurso del 19 de septiembre de 2013, donde con su alocución ceró el Congreso dedicado al tema “La diversidad de Rusia ara el mundo moderno”, no temió afirmar su convicción de la necesidad de volver a la fe. Allí dijo: “Mucha gente de los países europeos están avergonzados y tienen miedo de hablar de estas convicciones religiosas. Las fiestas religiosas se están eliminando o se les está cambiando el nombre, escondiendo la esencia celebración”. En esa misma alocución hizo un llamado a la población rusa para fortalecer una nueva identidad nacional basada en los valores tradicionales, como los que posee la Iglesia Ortodoxa, advirtiendo que el lado oeste del país estaba enfrentando una crisis moral. Al hablar del “lado oeste del país” ¿no se estaría refiriendo a la zona rusa colindante con la Luropa que va perdiendo la fe?

Al parecer, lo que quería Putin era impulsar a su pueblo -ruski mir- a retornar a la fe de sus padres, sobre todo ante el espectáculo de una Europa que parecía querer olvidar sus raíces católicas. No deja de resultar sugerente que en el año 2012 Putin haya pedido ser bendecido con la imagen de la Virgen de Tiflin, costumbre que tenían los zares de Rusia a partir de Iván el Temible. En el mismo discurso en Valdai al que acabamos de aludir, se animó a decir: “Rusia es uno de los últimos guardianes de la cultura europea, de los valores cristianos y de la verdadera civilización europea”. Fustigó a continuación a esa Europa que renuncia a sus raíces.

De hecho, Rusia ha conocido un reflorecimiento religioso tras la caída del comunismo. Si en 1988, antes del derrumbe de la Unión Soviética, la Iglesia Ortodoxa contaba con 67 diócesis, 21 monasterios, 6893 parroquias, 2 academias y seminarios, en 2008 contaba con 133 diócesis, más de 23.000 parroquias, 620 monasterios, 32 seminarios, 1 instituto teológico, 2 universidades ortodoxas. Entre 1991 y 2008, la cuota de adultos rusos que se consideraban ortodoxos creció del 31% al 72%, mientras que la cuota de la población rusa que no se consideraba de ninguna religión bajó del 61% al 18%.

La posición de Putin es clara, como lo deja traslucir con toda contundencia la misma alocución pronunciada en Valdai. Extractemos algunos párrafos. “Cada país tiene que tener fortaleza militar, tecnológica y económica, pero sin embargo lo principal que determinará el éxito, la calidad de los ciudadanos, de la sociedad, es su fortaleza espiritual y moral”. Por eso, agregará, el país deberá considerarse como una nación con su propia identidad, con su propia historia, con sus propias tradiciones. Solo así sus miembros podrán unirse para un fin común. “En ese sentido, la cuestión del encuentro y el fortalecimiento de la identidad nacional es realmente fundamental para Rusia”. Las diversas catástrofes del siglo XX, agregó, tuvieron como consecuencia un golpe devastador a la cultura nacional rusa y sus códigos espirituales, así como la consiguiente desmoralización de la sociedad.

Insistió Putin durante el mismo discurso en la gravedad de la apostasía de Europa: “Otro desafío serio para la identidad de Rusia está relacionado con algunos eventos que se produjeron en el mundo. Son dos temas: la política extranjera y el aspecto moral. Podemos apreciar cómo muchas de las naciones euro-atlánticas están rechazando actualmente sus raíces, incluyendo los valores cristianos que constituyen el fundamento de la civilización occidental. Están negando los principios morales y toda identidad tradicional: nacional, cultural, religiosa e incluso sexual. Están implementando políticas que equiparan las familias numerosas con parejas del mismo sexo, la fe en Dios con la fe en Satanas”. Y prosigue: “La gente en muchas naciones europeas se siente avergonzada o temerosa de hablar de su filiación religiosa. Las fiestas religiosas son abolidas o bien toman un nombre distinto; su significado permanece oculto, tanto como su origen moral. Y se está tratando de exportar agresivamente este modelo a todo el mundo”.

Hay, pues, en la vieja Europa, un profunda degradación moral. “Sin los valores enraizados en el cristianismo…, sin las normas de la moralidad que han tomado forma a lo largo de un milenio, los pueblos perderán su dignidad humana. Nosotros consideramos natural y recto defender esos valores. Uno debe respetar los derechos de las minorías, pero los derechos de la mayoría no deben ser puestos en cuestión”. Y concluye: “Yo creo profundamente que el desarrollo personal, moral, intelectual y físico deben permanecer en el corazón de nuestra filosofía. Antes de 1990 Solzhenistsyn afirmó que el objetivo principal de la nación debería ser preservar a la población después de un muy dificultoso siglo XX”.

3. SIGNOS DE RESURRECCIÓN ESPIRITUAL

Rusia vive un profundo renacer de la religión allí tradicional, la llamada Ortodoxia. Este renacimiento parece un verdadero milagro luego de las más de siete décadas de comunismo soviético en el curso del cual millones de cristianos, ortodoxos y católicos han sido asesinados o apartados de practicar su religión. Actualmente se asiste en Rusia a un admirable retorno, sobre todo a la liturgia La Pascua sigue siendo la más importante celebración de la Rusia moderna como lo prueban las iglesias llenas de gente de todas condiciones que van allí a rezar y a confesarse.

El mismo Putin, así como el Primer Ministro Dimitri Medvedev, en comunión con su pueblo asisten cada año al oficio pascual celebrado por el Patriarca en la Catedral de Cristo Salvador de Moscú. Pero ello no es todo. Si bien es cierto que la Constitución rusa de 1993 parece mostrar cierto carácter laicista, semejante a las Constituciones de varios países de Europa, sin embargo Putin ha hecho lo posible por favorecer a la Iglesia Ortodoxa, apoyándose en su doctrina. El 19 de noviembre de 2010, hizo votar por la Duma, es decir, el Congreso Nacional, una ley por la que se autorizaba la devolución a la Iglesia de todos los bienes que le habían sido arrebatados por el Estado y las municipalidades, a partir del triunfo de la Revolución bolchevique. El 8 de febrero de 2012, prometió el otorgamiento de subvenciones por cerca de 80 millones de euros para financiar diversos proyectos de renovación de la Iglesia Ortodoxa. Incluso creemos haber leído que dispuso que hubiera capellanes en las Fuerzas Armadas. Agreguemos el coraje que exhibió al ordenar el traslado de los restos de la familia imperial, vilmente asesinada por orden de Lenin, a San Petersburgo, donde les hizo dar una digna sepultura, confesando y comulgando en dicho día.

Una anécdota esclarecedora. Hace unos años el rey de Arabia Saudita visitó a Putin en Moscú. Antes de partir le dijo que quería comprar un terreno grande, y allí edificar, con dinero totalmente árabe, una gran mezquita en la capital rusa. “No hay problema -le respondió Putin- pero con una condición: que autorice que se construya también en su capital una gran iglesia ortodoxa”. “No puede ser”, repuso el rey. “¿Por qué?”, preguntó Putin. “Porque su religión no es la verdadera y no podemos dejar que se engañe al pueblo”. A lo que Putin replicó: “Yo pienso igual de su religión y sin embargo permitiría edificar su templo si hubiera correspondencia. Así que hemos terminado el tema”.

De hecho la Iglesia es considerada por el Kremlin un aliado fundamental del Estado, destinada a custodiar la identidad espiritual y cultural de Rusia. Así como el Kremlin promueve a la Iglesia como sociedad que representa los valores de la nación, de manera semejante la Iglesia considera oportuno colaborar con las autoridades políticas para promover medidas que protejan la familia y salvaguarden la moralidad pública.

Consideremos algunos casos de dicha colaboración. Uno de ellos es la ley anti-blasfemia que fue votada por la Duma como consecuencia de un episodio deleznable. Tres mujeres feministas se habían exhibido en el interior de la Catedral de Cristo Salvador en Moscú, ubicándose en la parte más sagrada del presbiterio, con música rock de fondo, de carácter irreverente. Las autoridades políticas lo consideraron un gesto claramente vandálico, condenándolo categóricamente y castigándolo como correspondía, mientras que para las autoridades eclesiásticas fue una profanación blasfema. Los medios de comunicación occidentales mostraron el episodio como una violación de los derechos humanos por parte de las autoridades políticas y de persecución a artistas “creativos”. La Iglesia, por su parte, ha apoyado las nuevas normas del Gobierno que limitan el acceso al aborto y la ley introducida por Putin según la cual se prohíbe publicar cualquier material que fomente la homosexualidad, el lesbianismo, la bisexualidad y la transexualidad, sobre todo si busca influir en los menores de edad. Los manifestantes que en cierta ocasión quisieron hacer pública en las calles su arrogancia “gay”, fueron hostigados al grito de “¡Moscú no es Sodoma!”.

En su famoso discurso en Valdai en septiembre de 2013, Putin incluyó una altiva respuesta a los reiterados llamados de Occidente a boicotear los Juegos Olímpicos de Invierno de Sochi, debido a la ley rusa que prohíbe la promoción de la homosexualidad. Tras dicho discurso, los asistentes al Congreso pasaron al comedor, donde se encontraba el ex presidente de la Comisión Europea Romano Prodi. Allí Putin bromeó aludiendo a la larga amistad que tenía con Prodi, y también con su enemigo, el ex presidente del Consejo de Ministros italiano Silvio Berlusconi, afirmando que “Berlusconi estaba siendo juzgado por vivir con mujeres, pero si fuera homosexual nadie le pondría un dedo encima”. Al mismo tiempo, el Estado promueve abiertamente el carácter sacramental del matrimonio tal como lo entiende la Iglesia. Se comprende la inquina del Occidente post-cristiano.

Como puede verse, Putin ha asumido expresamente la defensa de la familia tradicional. El 11 de febrero de 2013, se realizó un encuentro entre el Gobierno y las autoridades religiosas. Allí el jefe de Estado señaló la necesidad de reconocer a la Iglesia Ortodoxa mayor espacio en las discusiones políticas tocantes a cuestiones como la familia, la instrucción de los jóvenes y el espíritu patriótico. Respecto a la defensa de tales valores, y en particular de la familia, en varias ocasiones Putin ha querido mostrar su voluntad de que en este campo Rusia retorne a los valores tradicionales de la sociedad. A tal fin ha señalado el alto aprecio que tiene de la familia, entendida como elemento fundante para el desarrollo del Estado y de la sociedad, y la actuación de una estrategia política y social que la favorezca, contribuyendo así de un modo decisivo a invertir la corriente demográfica fuertemente negativa que afligió a Rusia en los últimos decenios. Si se tiene en cuenta el hecho de que “el invierno demográfico” que ha golpeado a esa gran nación entre los años 1990 y 2005 manifiesta hoy una situación común a la de la mayor parte de los Estados europeos, no hay duda de que en esta materia el actual modelo ruso constituye un ejemplo a nivel internacional. Varias veces Putin se ha referido a los ataques que se llevan a cabo contra la institución familiar. Esto explica por qué Rusia está tan atenta a la cuestión demográfica. La protección de los derechos y los intereses de la familia, de la maternidad y de la infancia son una cuestión prioritaria para las autoridades públicas. Los actuales dirigentes parecen entender que el problema de la reducción de la natalidad no es atribuible sólo a motivos económicos, sino que tiene raíces más profundas, de carácter cultural, lo que explica la necesidad de intervenir también en el campo de la educación y de la información. El sistema de vida capitalista y globalizado crea una peligrosa tendencia que atenta contra la sociedad. Putin lo afirma sin vueltas: “La crisis de la sociedad humana se expresa principalmente en la pérdida de su capacidad reproductiva”. Gracias a las medidas del Gobierno, en Rusia se ha reducido drásticamente el número de abortos y se ayuda a la mujer embarazada del segundo hijo, por el equivalente de 10.000 dólares, y con terrenos para el tercer hijo.

En un discurso en la Asamblea Federal el jefe de Estado, así se expresó: “Hoy, muchas naciones están revisando sus valores morales y normas éticas, erosionando tradiciones étnicas y diferencias entre pueblos y culturas. La sociedad es ahora requerida no solamente a reconocer el derecho de cada uno a la libertad de conciencia, sino también a aceptar sin condicionamiento la igualdad del bien y del mal, por extraño que ello parezca, conceptos que son totalmente contrarios… Nosotros sabemos que cada vez hay más pueblos en el mundo que sostienen nuestra posición de defender los valores tradicionales, que han hecho las bases espirituales y morales de la civilización de cada nación por miles de años: los valores de familia tradicionales, la realidad de la vida humana, incluyendo la vida religiosa, y no sólo de la existencia material sino también lo espiritual y los valores del humanismo y de la diversidad global. Por supuesto que esta es una posición conservadora. Pero en palabras de Nicolás Berdiaev, el punto de vista del conservadorismo no es el de prevenir movimientos de hacia y para, sino el de prevenir movimientos para atrás y para abajo, en una oscuridad caótica y un retorno al estado primitivo”.

Gracias a Dios, Putin se siente acompañado en la defensa de los valores tradicionales por el Patriarca de Moscú, Monseñor Cirilo, hombre lúcido y valiente. De él hemos tratado largamente en un comentario que hicimos a su libro “Libertad y responsabilidad: en búsqueda de la armonía”, Moscú 2009. Ver nuestra reseña en la revista Gladius, n° 80, año 2010, pp. 138-144.

4. LA POSICIÓN POLÍTICA DE PUTIN EN EL ÁMBITO DE EURASIA

En su discurso de Valdai, tantas veces citado, de septiembre de 2013, Putin se refirió a lo acontecido en el Tratado de Versalles, el cual, como recuerda en su ponencia, se firmó sin la participación de Rusia. “Muchos expertos, y estoy totalmente de acuerdo con ellos, creen que Versalles sentó las bases de la Segunda Guerra Mundial, debido a que fue injusto con el pueblo alemán; le impuso restricciones que ellos no podían cumplir, y el curso del siglo siguiente lo puso en evidencia”. En el discurso de Valdai en noviembre de 2014, Putin volvió sobre el tema. La Segunda Guerra Mundial, dijo allí, trajo consecuencias deplorables. Y tras ella, la larga Guerra Fría. Putin se detiene en este estadio. “La guerra fría terminó. Pero no lo hizo con una declaración de ‘paz’ mediante acuerdos comprensibles y transparentes de observación de las normas y estándares existentes o de creación de unos nuevos. Parecía que los así llamados vencedores de la guerra fría decidieron explotar la situación, tomar todo el mundo exclusivamente para ellos, para sus intereses… El propio concepto de ‘soberanía nacional’ para la mayoría de los países se ha convertido en algo relativo. En esencia se propuso la fórmula: cuanto mayor sea la lealtad a un solo centro de influencia en el mundo, mayor es la legitimidad de éste o aquel régimen de gobierno”.

Putin se refiere, como es obvio, a los Estados Unidos. Nos parece que para ser ecuánime, hubiera debido aludir también al otro polo imperial, el soviético, que durante la guerra fría tomó las riendas en tantos países e infiltró a otros. Pero, por cierto, esa guerra fría favoreció especialmente a los Estados Unidos, que en ella, a la larga, resultaron vencedores. Y a eso se refiere, creemos, a la persistente injerencia de aquella nación en asuntos internos de otros países, o al chantaje abierto con algunos de sus líderes. “¿Puede ser que no tengamos motivos para preocuparnos, discutir, formular preguntas incómodas? ¿Puede ser que la exclusividad de los Estados Unidos, tal y como ellos ejercen su liderazgo, sea realmente beneficiosa para todos, y la continua injerencia en los asuntos del mundo lleve tranquilidad, beneficio, progreso, florecimiento, democracia, y simplemente haya que relajarse y gozar? Me permito responder que no. No es así”.

Juan Manuel de Prada, en su excelente serie de artículos que publicó a lo largo del año 2014 en el diario madrileño ABC, dedica a nuestro tema uno de ellos, donde para comprender mejor lo que hoy ofrece Occidente a los jóvenes, recomienda una relectura inteligente de Los hermanos Karamazov, la espléndida obra de Dostoievski: “Nosotros les enseñaremos, dice el Gran Inquisidor, que la felicidad infantil es la más deliciosa… Desde luego, los haremos trabajar, pero organizaremos su vida de modo que en las horas de recreo jueguen como niños entre cantos y danzas inocentes. Incluso les permitiremos pecar, ya que son débiles, y por esta concesión nos profesarán un amor infantil. Les diremos que todos los pecados se redimen si se cometen con nuestro permiso”. Tal es la felicidad de hormiguero que Occidente promete.

Pero ese mundo aparentemente triunfador, prosigue de Prada, tiene patas cortas. Dostoievski, agrega, escribió en Diario de un escritor: “La caída de vuestra Europa es inminente. Todas esas doctrinas parlamentarias, todas las teorías cívicas profesadas hoy en día, toda la riqueza acumulada, todo eso será destruido en un instante y desaparecerá sin dejar rastro”. Advierte de Prada que a los bobalicones les parecerán lucubraciones misticoides. “Pero por defender tales lucubraciones muchos rusos entregaron su sangre en el Gulag; y alguno que sobrevivió al Gulag la siguió defendiendo después, como por ejemplo Solzhenitsyn, quien en El roble y el ternero escribió: ‘En cuanto a Occidente, no hay esperanza. Es más, nunca debemos contar con él. Si conseguimos la libertad sólo nos las deberemos a nosotros mismos. Si el siglo XX comporta una lección para con la humanidad, seremos nosotros quienes la habremos dado a Occidente, y no Occidente a nosotros: el exceso de bienestar y una atmósfera contaminante de sinvergüenzería le han atrofiado la voluntad y el juicio…’” Por eso, concluye de Prada, “quienes leemos a Dostoievski y a Solzhenitsyn y no nos dejamos cloroformizar por la alfalfa tertulianesa estamos con Rusia”.

En la revista católica francesa Il est ressucité se incluyó recientemente un interesante análisis de actualidad en lo que a nuestro tema respecta. Hoy los cañones de Occidente, allí se dice, apuntan contra Rusia. No apuntaron antaño, por cierto, contra la Revolución Soviética -fue su aliada en la guerra- pero apuntan ahora contra la Rusia postcomunista, particularmente la de Putin. Luego del derrumbe de la Unión Soviética, la región volvió a concitar la atención de los grandes “estrategas” occidentales, en particular de Zbniew Brezinski, el mentor ideológico de la Trilateral Commission, quien en su obra The Grand Chesboard, publicada en 1997, ha sostenido que la clave del poder global es el control de las Repúblicas del Asia Central. “Para obtener tal control -explica- es importante empujar a Rusia (debilitada), dejando, así, campo libre a Washington de hacerse garante de la estabilidad y del libre acceso al área. La finalidad de dicha estrategia es obstaculizar, y sucesivamente, después de que Rusia ha perdido vigor, impedir que una Rusia potente y soberana, como es la actual…”.

En el año 2004, y luego en el 2009, los Estados Unidos y sus aliados han incentivado el avance de la OTAN hacia el Este, con la cooperación de la casi totalidad de los antiguos satélites del Pacto de Varsovia e incluso de los tres países bálticos, antiguas repúblicas soviéticas, hoy particularmente hostiles a Rusia. Esta ampliación, que implica la instalación de nuevas bases de la OTAN cada vez más cerca de las fronteras rusas, no puede sino inquietar a Rusia. En fin, Rusia cree advertir que los Estados Unidos buscan el dominio del mundo. En su famoso discurso del 19 de septiembre de 2013 en Valdai, Putin dijo: “Estados Unidos fracasará como la Unión Soviética al imponer su modelo al resto del mundo”. Y también: “Notamos intentos por hacer revivir de alguna manera un modelo estandarizado de mundo unipolar y de ofuscar las instituciones de derecho internacional y la soberanía nacional. Un tal mundo, unipolar y estandarizado, no requiere Estados soberanos; requiere vasallos. Esto equivale al reniego de la propia identidad, de la diversidad del mundo donada por Dios”.

5. LA POLÍTICA DE PUTIN FRENTE AL ISLAM

Hablando en general, Rusia no sigue a pie juntillas la política de los Estados Unidos. En su famoso discurso, al que hemos vuelto tantas veces, de septiembre de 2013, Putin ha dicho: “La soberanía, la independencia y la integridad de Rusia son líneas que nadie tiene permitido cruzar”. Un año después, en su conferencia de noviembre de 2014 en el mismo lugar, es decir, Valdai, refiriéndose a la guerrilla musulmana en Irak, Libia, etc., habla de un “polígono de entrenamiento de terroristas”. Y tras alabar a los militares egipcios que hicieron salir del caos a ese país, tan afectado por el terrorismo musulmán, recuerda lo acontecido en Irak. A Sadam Hussein se lo acusó de tener armas letales y por eso se invadió a Irak. Después se vio que no había tales armas. Lo que hubiera correspondido era pedir disculpas al gobierno iraquí. Pero ¿qué se hizo? Lo fusilaron a Sadam Hussein y a varios más. Dicho dirigente político era protector de las minorías religiosas que había en Irak, particularmente de los católicos. Él iba a veces a la misa que celebraba el obispo de Bagdad, sin entrar en el templo, por cierto, y después lo esperaba en la puerta para saludarlo. Pues bien, tras derrocar a Sadam Hussein, los vencedores destruyeron las instituciones estatales, incluido el ejército. “Decenas de miles de soldados y oficiales, antiguos activistas del partido Baaz, arrojados a la calle, integran ahora las filas de los guerrilleros. ¿Puede ser que allí esté la clave de la capacidad del ISIS? Actúan de una manera muy efectiva desde el punto de vista militar, es gente muí; profesional”.

Con cierta ironía Putin enrostra así a los políticos norteamericanos: “A veces tenemos la impresión de que nuestros colegas y amigos luchan constantemente con los resultados de su propia política, dedican sus esfuerzos a luchar contra los riesgos que ellos mismos han creado”. Denuncia el dirigente ruso lo que él llama “el mundo unipolar”, dirigido por los Estados Unidos, verdadera “dictadura sobre la gente y sobre los países”. Ellos señalan quién es el enemigo, como se hizo durante la guerra fría, y así practican el derecho al liderazgo, o, si se prefiere, “el derecho al diktat”. Y agrega: “A los aliados de los Estados Unidos se les decía siempre: «Tenemos un enemigo común, es terrible, es el centro del mal. Nosotros os defenderemos a vosotros mismos, nuestros aliados, de ellos, y, por tanto, tenemos derecho a dirigiros, haceros víctimas de nuestros intereses políticos y económicos…»”.

Pues bien, Rusia quiere salvar su idiosincrasia política, sin someterse a los dictados de los Estados Unidos y sus aliados europeos. Putin sabe perfectamente que las proyecciones demográficas de Europa señalan que, de seguir así, en 25 años Europa será islámica. Los musulmanes tienen numerosos hijos, mientras que los europeos tienen uno o dos. De ahí que en un enérgico discurso suyo ante la Asamblea de la Federación Rusa en agosto del 2013 dijo: “¡En Rusia vivid como rusos! Cualquier minoría de cualquier parte, que quiera vivir en Rusia, trabajar y comer en Rusia, debe hablar ruso y debe respetar las leyes rusas. Si ellos prefieren la Ley Sharia y vivir una vida de musulmanes les aconsejamos que se vayan a aquellos lugares donde esa sea la ley del Estado… Rusia no necesita minorías musulmanas, esas minorías necesitan a Rusia y no les garantizamos privilegios especiales ni tratamos de cambiar nuestras leyes adaptándonos a sus deseos. No importa lo alto que exclamen ‘discriminación’. No toleraremos faltas de respeto hacia nuestra cultura rusa. Debemos aprender mucho de los suicidios de América, Inglaterra, Holanda, Francia, etc., si queremos sobrevivir como nación. Los musulmanes están venciendo en esos países y no lo lograrán en Rusia. Las tradiciones y costumbres rusas no son compatibles con la falta de cultura y formas primitivas de la Ley Sharia y de los musulmanes. Cuando este honorable cuerpo legislativo piense crear nuevas leyes, deberá tener en mente primero el interés nacional ruso, observando que las minorías musulmanas no son rusas”. Los miembros del Parlamento, puestos de pie, ovacionaron a Putin durante cinco minutos.

Recordemos también el caso de Kosovo, del que Serbia, país cristiano, se vio despojada por influjo de los Estados Unidos y los países de la OTAN, tras 78 días de bombardeos intensivos. Putin entendió que alevosamente ellos arrancaron a ese país eslavo hermano aquella provincia que era históricamente suya, logrando finalmente establecer un nuevo Estado musulmán, independiente desde 2008, hoy en gran parte dominado por mafias kosovares albanesas. Rusia quiso salir al paso de esa prepotencia y despropósito, interviniendo, en 1999, con una unidad de paracaidistas, en las barbas de la OTAN.

En su discurso del 24 de octubre del 2014 ante el Club Valdai dijo el Presidente ruso: “En el curso de nuestras conversaciones con los dirigentes de Estados Unidos y europeos, yo hablaba siempre de la necesidad de luchar juntos contra el terrorismo, de considerarlo como un desafío a escala mundial… Nuestros compañeros expresaban su acuerdo con nosotros pero después de un tiempo nos encontrábamos en el punto de partida. Fue primero la operación militar en Irak, luego en Libia, que ha sido puesta al borde del abismo. ¿Por qué Libia fue reducida a esta situación? Hoy es un oasis en peligro de desmantelamiento y se ha vuelto un terreno de entrenamiento para los terroristas”. Recordemos que Kadafi había sido uno de los dirigentes políticos musulmanes más cercanos al Occidente. A nosotros, los argentinos, nos ayudó dándonos misiles para nuestra guerra de Malvinas. Y mantenía buenas relaciones con Italia y con Francia. A él le mataron un hijo durante un bombardeo y luego él mismo fue vilmente asesinado. Pareciera que eligiesen los más cercanos a nosotros para ser eliminados. En cambio Arabia Saudita, enemiga frontal de los cristianos, no es tocada. Como dice Putin: “Allí no hay democracia, pero nadie les tira bombas”.

En lo que toca a Siria, dicho país está gobernado por un dirigente musulmán que pasó a ser considerado como un gran enemigo de Europa y Estados Unidos. Sus adversarios en Siria son los que adiestran a los terroristas, apoyándolos contra el presunto “tirano”. Pero he aquí que dicho “tirano” es el que protege a los cristianos de rito occidental y oriental, el que exime de impuestos a sus templos, sin por ello abandonar sus propias convicciones religiosas. Putin no vaciló en apoyar a El Assad, empleando misiles contra buques de guerra enviados por Estados Unidos. Las ciudades sirias están hoy reducidas a escombros, los cristianos son pasados a degüello, y grandes muchedumbres hambrientas se ven obligadas a huir al extranjero. En cierta ocasión, Putin ha aludido expresamente al tema de Siria: “Los Estados Unidos y sus aliados han comenzado a financiar y a armar directamente a los rebeldes, permitiendo completar sus filas con mercenarios de distintos países. Permítanme preguntar cómo esos rebeldes obtienen su dinero, sus armas y sus especialistas militares ¿De dónde viene eso? ¿Cómo el Estado Islámico ha llegado a convertirse en un grupo tan poderoso, en los hechos una verdadera fuerza armada?”. Y se demanda si ellos no tendrán que ver con la venta de petróleo y su extracción en territorio, controlados por los terroristas.

En la práctica, las diferentes acciones unilaterales impuestas por los norteamericanos y sus satélites, sea en Irak, en Libia y luego en Siria, fueron un desastre. Hay que destacar que las poblaciones civiles pasa ron a ser las primeras víctimas, en particular las poblaciones cristianas, desde que las instituciones gubernamentales que las protegían hasta entonces contra el fanatismo han sido depuestas por los norteamericanos como en Irak y en Libia, o jaqueadas por los rebeldes, como en Siria.

Así la situación. Contrariamente a las expectativas de algunos teóricos, según los cuales la caída del imperio soviético significó “el fin de la historia” (Fukuyama dixit) y la implantación del unipolarismo perfecto, con la guía y el icono modélico de los Estados Unidos, hoy se va delineando un cuadro diferente. La Federación Rusa, nacida de las cenizas la Unión Soviética, después de un decenio de lógica inestabilidad, va logrando eficazmente confirmar su papel de gigante internacional. Y su jefe de Estado se convirtió en el autócrata enemigo, antítesis de un Occidente progresista y liberal.

COLOFÓN

Putin fue bien claro en su discurso en Valdai de septiembre de 2013: “Hemos dejado atrás la ideología soviética, y en eso no habrá retorno. Los que sostienen e idealizan el conservadorismo fundamental del pre- 1917 de Rusia, parecen estar igualmente lejos de la realidad, como parecen también estarlo los sostenedores de un liberalismo extremo, estilo occidental”. Afirma B. Alvarez en un artículo que titula: Rusia versus la decadencia occidental: “En esta nueva lucha Rusia parece haberse hecho con la bandera del tradicionalismo cristiano y blandir los valores más conservadores frente a la «decadencia» occidental”. Patrick Buchanan, columnista y político republicano que ha sido consejero de tres presidentes norteamericanos, Nixon, Ford y Reagan, habla de las verdaderas intenciones de Putin y de su intento de adoptar la Ortodoxia como base fundamental de la cultura, la civilización y los valores humanos que une a la gente no sólo de Rusia, sino también de Ucrania y de Bielorusia. Rusia, sigue diciendo, como “la alternativa” a la decadencia de Occidente, este es el mensaje que Putin está mandando al mundo.

En la misma línea escribe Patrick Buchanan: “Con la muerte del marxismo-leninismo como creencia firme en los países que solían ser repúblicas soviéticas, el mandatario ruso está construyendo una nueva cadena que sirva para agrupar a todas estas naciones frente (y contra) la decadencia de Occidente (tanto Europa como Estados Unidos) a la que antepone un mundo tradicional cargado de valores cristianos que Rusia estaría orgulloso de liderar”. Acorde con esta nueva visión del mundo “Rusia estaría de parte de Dios, mientras que el Occidente sería Gomorra”, concluye. También el excomunista Whittaker Chambers, ya en 1964 comenzó a hablar de una “tercera Roma” refiriéndose a Moscú, como la nueva ciudad sagrada del cristianismo. Y no iba descaminado, agrega, pues Vladímir Putin ha comenzado a hacer de Moscú algo así como un centro de resistencia al hedonismo secular y a la revolución social que viene de Occidente. “Putin está plantando su bandera (la rusa) claramente en el lado del cristianismo más tradicional”, frente a la revolución occidental que enarbola las banderas del sexo, el divorcio fácil, la promiscuidad, la pornografía, la homosexualidad, el feminismo, el aborto, los matrimonios homosexuales, la eutanasia y el suicidio asistido…

La autora y periodista Masha Sessen, una activista de los presuntos derechos de los homosexuales y las minorías en Moscú, destaca que Putin se está situando frente a Occidente en una nueva Guerra Fría en la que no hay carrera espacial sino cultural, social y moral, una guerra donde Rusia, según el propio Putin, debe prevenir al mundo de caer en el “caos más oscuro”.

Mientras el resto de las potencias avanzan en el mundo con una cultura cada vez más alejada del tradicionalismo, escribe Alian C. Carrison, Secretario Internacional del Congreso Mundial de la Familia, Rusia defiende los valores cristianos. Tanto es así que, si durante la Guerra Fría eran los comunistas de todo el mundo quienes viajaban a Rusia, ahora la VIII reunión del Congreso Mundial de la Familia se celebrará en Moscú.

Hace poco, el 22 de septiembre de 2014, nuestro amigo Juan Manuel de Prada escribía en el diario español ABC: “Quien piense que Rusia se va a achantar porque le aprieten las clavijas con sanciones económicas, probablemente piense en una Rusia desnaturalizada y sin dignidad, la Rusia del dimisionario Gorbachov o del beodo Yeltsin… La Rusia renacida de aquellos escombros, con las convalecencias de una nación que a punto estuvo de sucumbir, vuelve a ser la Rusia sufriente que se contempla en el rostro de Natasya Filipovna, la heroína de El Idiota de Dostoievski, que arroja al fuego con gesto desdeñoso los cien mil rublos que la habrían sacado de la pobreza. En Guerra y Paz, Tolstoi observa que la riqueza y el poder y todo cuanto los hombres se afanan por conseguir sólo tienen para el ruso el valor de poder desprenderse de ellos. Y no hay sino que recordar, para entender este desasimiento de las cosas materiales que caracteriza al alma rusa, el recibimiento que los moscovitas dispensaron a Napoleón, entregando a las llamas su ciudad santa, desencadenando sobre sí y sobre su enemigo todos los horrores imaginables. Entonces Napoleón exclamó: ‘¡Estos hombres son escitas!’. Y muchos años después, en su retiro de Santa Elena, todavía espeluznado por la capacidad infinita de sufrimiento de aquel pueblo que acabaría infligiéndole una derrota aniquiladora, profetizaría que Rusia llegaría a dominar el mundo. Algunos piensan que esa profecía se hizo realidad proterva con Stalin; otros anhelamos que se haga realidad luminosa en la Tercera Roma que avistó Filoteo y que Solovief definió como una «tercera fuerza» superadora de las dos fuerzas sombrías que la han precedido: la unidad sin libertad del Islam y la libertad sin unidad de la Europa neopagana”.

Sobre este telón de fondo emerge la figura de Putin. Él está en el poder desde el año 2001 y quizás lo esté hasta el 2024. La Constitución rusa se lo permite. Dios así lo quiera.

¿No podríamos agregar a estas ideas, para concluir, el recuerdo de las promesas de Nuestra Señora de Fátima según las cuales cuando Rusia fuera consagrada por el Papa y los obispos del mundo, se convertiría, y así como antes había propagado el mal por el mundo sería una fuente de bien universal? ¡Ex Oriente lux!

P. Alfredo Sáenz
7 de Mayo de 2015

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