«Somos uno de los países más despoblados de América Latina».
«Nuestro bajo crecimiento demográfico se debe a la constante declinación de la natalidad».
«Si bien esta tendencia cultural es difícilmente reversible, puede moderarse en su intensidad mediante una política de protección a la familia, por la cual el tener hijos no sea económicamente gravoso».
Esos eran algunos de los argumentos adelantados en el Plan Trienal para la Reconstrucción y la Liberación Nacional presentado por Juan Domingo Perón al iniciarse su tercer mandato presidencial, en diciembre de 1973.
Pero en realidad, desde los tiempos fundacionales de nuestro país, el poblamiento del vasto territorio argentino fue una de las preocupaciones y ocupaciones de nuestras elites; inexplicablemente ausente del debate actual. Perón fue el último estadista en formular una política global al respecto.
Hoy, nadie evoca esta dimensión poblacional en la discusión sobre la legalización del aborto, a pesar de que los argumentos adelantados hacen, entre otras cosas, a su uso como regulador de la natalidad. El debate está pretendidamente despolitizado; se busca incluso reducirlo a un problema de salud pública y, a la vez, paradójicamente, a una dimensión estrictamente privada, personal, un «derecho» de la mujer.
Para el gobierno peronista del 73, en cambio, el crecimiento de la población era un imperativo y en el Plan Trienal (1974-77) se preveían medidas para aumentar la fecundidad, reducir la mortalidad y fomentar la inmigración.
Se advertía acerca de las «serias consecuencias sociales (del envejecimiento de la estructura poblacional) en lo referente a la vitalidad del país y a las perspectivas para su futuro» y sus «graves consecuencias económicas, que se reflejan en la excesiva proporción de población pasiva con respecto a la activa».
El documento (que puede verse completo cliqueando aquí) exaltaba las virtudes de la inmigración, calificada como «un factor indispensable para el desarrollo de una Argentina moderna» y señalaba que «la casi interrupción de ese movimiento» nos había dejado librados «a las débiles tendencias vegetativas ya mencionadas».
«La inmigración -decía el Plan Trienal- tiene sobre cualquier país un triple efecto demográfico: el aumento directo de la población general, el mayor aumento de la población activa, por la alta proporción de jóvenes inmigrantes y, por la misma razón, el aumento de la población fecunda, lo que a su vez influye en el incremento de la natalidad».
De hecho, como se señaló recientemente en este medio, uno de las factores que en la actualidad ha aportado cierto dinamismo a nuestro crecimiento poblacional es la inmigración que, a diferencia de lo que se señalaba en el Plan Trienal de 1974, se ha reanudado en Argentina, especialmente desde los países vecinos.
El plan de gobierno de Perón también aludía al desequilibrio poblacional entre Buenos Aires y el interior, aclarando que no era un fenómeno directamente atribuible a la demografía sino al desarrollo.
Con realismo, se señalaba que, en materia de natalidad, la acción sería «necesariamente a largo plazo», por lo que la meta en el breve período del Plan, era «la no reducción de la natalidad», es decir, el freno a su «tendencia declinante».
Se proponía entonces como objetivos básicos «reducir la mortalidad, aumentar la natalidad y aumentar y orientar la inmigración».
Todo ello con el fin de alcanzar la meta de 50 millones de argentinos para el año 2000.
En «La política demográfica del tercer gobierno peronista«, Karina Alejandra Felitti (UBA-Conicet) destaca una de las medidas concretas adoptadas en el marco de este plan: el decreto 659, del 28 de febrero de 1974, que establecía un control más estricto de la venta de anticonceptivos y prohibía las campañas de control de la natalidad, llegando incluso a recomendar actividades de difusión sobre los riesgos de ciertos métodos anticonceptivos.
El decreto de Perón aludía al accionar de ‘intereses no argentinos’ detrás de la promoción del control de la natalidad
En sus fundamentos, el decreto aludía al accionar de «intereses no argentinos» que desalentaban la consolidación y expansión de las familias, «promoviendo el control de la natalidad, desnaturalizando la fundamental función maternal de la mujer y distrayendo a nuestros jóvenes de su natural deber como protagonistas del futuro de la patria».
Un mes más tarde, se creaba la Comisión Nacional de Política Demográfica, en el ámbito del Ministerio del Interior. Su misión sería «proyectar una política nacional de población e intensificar el crecimiento cuantitativo y cualitativo de la población argentina y su más adecuada distribución regional».
La alusión a «intereses no argentinos» se vincula al origen de las teorías neo-malthusianas de entonces que veían en el excesivo crecimiento demográfico del Tercer Mundo la causa de su subdesarrollo.
De hecho, el puntapié inicial a las campañas de control de natalidad hacia los países periféricos lo había dado el Banco Mundial en 1968 bajo la presidencia de Robert McNamara, que antes se había desempeñado como Secretario de Defensa durante las gestiones de John Kennedy y Lyndon Johnson.
«El rápido crecimiento demográfico es una de las mayores barreras que obstaculizan el crecimiento económico y el bienestar social de nuestros Estados miembros»,decía McNamara, el 30 de septiembre de 1968, al asumir la presidencia del Banco Mundial, que ejercería hasta 1981.
En consecuencia, a partir de fines de los sesenta, el Banco Mundial, junto con otras varias agencias de la ONU, preexistentes o creadas a tal fin, como la FNUAP, PNUD, UNICEF, OMS y la FAO) lanzaron campañas mundiales de control de la natalidad.
Más allá de la concepción malthusiana que sustentaba estos postulados (a mayor crecimiento poblacional, menor desarrollo y más pobreza; una ecuación demasiadas veces desmentida en la realidad), también había una motivación de seguridad estratégica.
Se trataba de una cruzada por el desarrollo y contra la pobreza, que buscaba esencialmente frenar la amenaza del crecimiento poblacional de los países del Tercer Mundo, visto como un posible factor de descontrol social y, en el contexto de la Guerra Fría, eventual terreno fértil para el comunismo. El mundo no tendría además recursos suficientes para sostener a esa población que crecía a un ritmo que se veía como imparable.
Desde el exilio, en diciembre del 68, Perón ya había aludido al tema, en una entrevista con el periodista Bernardo Neustadt.
«¿Usted sabe que McNamara fue a Buenos Aires y pronunció un discurso en el que condicionaba los préstamos al control de la natalidad…?», preguntó Neustadt.
Perón respondió: «Cosas americanas. Si él cree que eso es un problema para la Argentina con 23 millones de habitantes, ¿cuánto más lo será para EEUU con 200? ¿Y por qué ellos no limitan su natalidad? (…) Vea, para mí esto es un disparate. (…) …la Argentina necesita más población y no tiene por qué limitar su natalidad».
Cabe señalar que se trataba de una convicción compartida en aquel entonces por la izquierda y las corrientes progresistas en general, que en los 60 y 70, también denunciaban el control de la natalidad -hoy eufemísticamente llamado «salud reproductiva»- como una política imperialista.
¿Excedentes de población en Brasil, donde hay 17 habitantes por kilómetro cuadrado, o en Colombia, donde hay 29? (Eduardo Galeano, 1994)
Todavía en 1994, por ejemplo, Eduardo Galeano preguntaba: «¿Excedentes de población en Brasil, donde hay 17 habitantes por kilómetro cuadrado, o en Colombia, donde hay 29? Holanda tiene 400 habitantes por kilómetro cuadrado y ningún holandés se muere de hambre; pero en Brasil y en Colombia un puñado de voraces se queda con todo».
En la Conferencia Mundial de Población, que en 1974 tuvo lugar en Bucarest, la Argentina llevó la voz cantante en la objeción a los fundamentos de las políticas de planificación familiar que fomentaba la ONU ante una supuesta necesidad de «armonizar» a nivel mundial «las tendencias demográficas y las tendencias del desarrollo económico y social».
Correspondió a la Comisión Nacional de Política Demográfica creada por Perón presentar las objeciones al plan de acción que se quería aprobar allí. Felitti resume así las enmiendas planteadas por la Argentina: «La política de población es un atributo soberano de cada país; América Latina, por su baja densidad, necesita de un crecimiento demográfico que le permita ocupar todo su territorio; las recomendaciones no deben limitarse a controlar el crecimiento de la población, también deben incluirse [medidas] que tiendan a un orden internacional más justo; las migraciones internacionales deben atenderse no sólo como un problema sino como una potencial salida al desequilibrio regional y al avance del control de la natalidad; la producción de alimentos y su justa distribución a nivel internacional debía ser aumentada; por último, se señalaba la necesidad de fiscalizar a los organismos que promovían el control de la natalidad, para evitar acciones indiscriminadas, incompatibles con el ejercicio de los derechos humanos».
La Argentina contó con el respaldo de la mayoría de los demás países latinoamericanos y sus enmiendas fueron aceptadas… con excepción del pedido de control sobre las ONG del rubro…
El embajador argentino en Rumania, Juan Carlos Beltramino, exhortaba a actuar para suprimir la injusticia y no a los seres humanos.
Lejos quedaron esos tiempos en que la Argentina ejercía un liderazgo en este tipo de cumbres internacionales. Y lejos quedaron también los tiempos en que las izquierdas latinoamericanas denunciaban el control de la natalidad como imperialista. Hoy el malthusianismo es la doctrina subyacente en uno de los argumentos pro aborto libre más esgrimido por el progresismo: se vincula la necesidad de su legalización al drama de miles de mujeres pobres…
A tal punto ha virado en esto la izquierda que en Bolivia, por ejemplo, ha sido el mismísimo Evo Morales el promotor de una legalización del aborto que incluye, entre las opciones para despenalizarlo, la condición social de la mujer.
Evo Morales promovió la legalización del aborto en caso de “pobreza”
El proyecto inicialmente presentado, en marzo de 2017, era brutal: despenalizaba el aborto en «las primeras ocho semanas de gravidez, por única vez», cuando la mujer «se encuentre en situación de calle o pobreza extrema; no cuente con recursos suficientes para la manutención propia o de su familia; sea madre de tres o más hijos o hijas y no cuente con recursos suficientes para su manutención o sea estudiante».
Fue demasiado. Y, para atenuar esta frontal eugenesia social, al aprobarse la ley se eliminó la mención explícita a la pobreza, pero se mantuvo el concepto de modo implícito en el enunciado de que las mujeres que tengan «niños, adultos o discapacitados a su cargo», pueden abortar.
Lo llamativo es que, a diferencia de los años 70, cuando la izquierda boliviana denunciaba el control de la natalidad como imperialista y hasta lograba la expulsión de Bolivia del Cuerpo de Paz –ONG estadounidense de planificación familiar-, esta vez tuvo que ser el Episcopado boliviano el que clamara contra la «colonización ideológica extranjera» que inspiró la reforma de Evo Morales.
El hecho de que el aborto como paliativo a la pobreza haya sido promovido por Evo Morales no conmovió a una izquierda sudamericana ya ganada por la agenda que en otro tiempo denunciaba como neoliberal.
En consecuencia, lo que antes los gobiernos de países avanzados promovían, por lo general a través de ONGs internacionales y organismos supranacionales, para la «planificación familiar» o el «control de la natalidad», hoy se hace bajo el ítem «salud reproductiva» o «derechos reproductivos», y es además una bandera enarbolada por grupos que, a la vez que dicen combatir el neoliberalismo en lo económico o político, han incorporado sus supuestos culturales.
Los debates de los 60 y 70 se daban por otra parte en el marco de la supuesta amenaza de una explosión del crecimiento poblacional, que no sólo no se verificó, sino que ha sido sustituida en varias regiones por un «invierno demográfico», fenómeno que es motivo de alarma para muchos países.
La bomba demográfica tan anunciada en los pronósticos catastrofistas de los 60 y 70 se desactivó sola.
La tasa de fecundidad global es hoy de 2,5 hijos por mujer. Y si se excluye al África negra, cae a 2,1, coincidiendo con la llamada tasa de remplazo, lo justo para renovar la población.
Esta estabilización, que para los McNamara de los 60 era necesaria a fin de desactivar potenciales conflictos sociopolíticos y pacificar al mundo, viene sin embargo acompañada de enormes disparidades en otros indicadores clave: la esperanza de vida y la mortalidad infantil, que son reflejo directo de la alimentación y la sanidad. En el caso del primero, por ejemplo, la brecha nunca fue tan grande : de 50 años en el Congo a 87 en Japón.
En Argentina, de momento, la tasa de fecundidad, de 2,3 hijos por mujer, todavía supera a la de remplazo.
Pero en muchos países de Occidente ya ha caído por debajo de ese umbral de 2,1 necesario para evitar la desaparición de una sociedad lo que significa que verán decrecer su población en los próximos años.
Consecuencias del «invierno demográfico»
Las consecuencias humanas, sociales y políticas del invierno demográfico han sido identificadas por el demógrafo francés Alfred Sauvy de este modo: No transmisión de saberes, debilitamiento de los lazos sociales, desigualdades crecientes, dominio por parte de la fracción más vieja y más conservadora de la población, ausencia de perspectiva de porvenir, morosidad y falta de apetencia por la vida, prevalencia de la renta sobre el trabajo, preferencia por el ahorro especulativo en detrimento de la inversión productiva.
Podrá decirse que los contextos de cada país y de cada época son diferentes y no pueden por lo tanto trasladarse automáticamente las respuestas de ayer a los problemas de hoy. Lo inexcusable es que estos temas no sean parte de las preocupaciones de dirigentes que repiten mecánicamente que nos debemos un debate «maduro y responsable».
La Argentina sigue siendo un país despoblado y desequilibrado en su desarrollo. Sin embargo, pese a que la historia desmintió a Malthus una y otra vez, se sigue razonando como si más población implicase sólo más bocas que alimentar, y no también más brazos para trabajar, más mentes para pensar y crear… Sobran los ejemplos de lo que un sólido mercado interno le aporta a una economía.
Parece que la transmisión generacional se interrumpió cuando vemos a algunos referentes juveniles detrás de una bandera que era repudiada por las generaciones “gloriosas”
Más inexcusable aún que la desmemoria de la izquierda es que estas cosas no se debatan entre quienes se consideran seguidores de Perón. Sin formularla explícitamente, Cristina Kirchner tuvo una política natalista cuando promovió la Asignación Universal por Hijo y la extendió a la mujer embarazada. Incluso el Plan Cunita –frustrado por la venalidad y la improvisación- tenía esa inspiración. Pero parece que el impulso o la transmisión generacional se interrumpió cuando vemos a algunos referentes juveniles de ese sector enfervorizados detrás de una bandera que era repudiada por las generaciones «gloriosas» en las que sin embargo dicen reconocerse.
La elite mundial de otros tiempos demostró tener claro que la población representa un factor de poder; es lamentable que no lo tenga claro la dirigencia local.
El mundo debate hoy nuevamente sobre la sustentabilidad del desarrollo y el factor crítico de la relación de los recursos con la población.
No por desconocer la geopolítica, dejará un país de padecerla.
Fuente: https://www.infobae.com/sociedad/2018/03/03/la-politica-pro-vida-de-peron-en-1974-olvidada-por-sus-seguidores/